II-82.

He declarado mi sentencia, por haber incumplido a las leyes de mi propio mandato.

Pude mentirme y mentir a los demás, pero todo pasa y se vuelve insoportable.

Caí donde los pensamientos se vuelven un eco de mis temores.

El fuego congela y los nudos aprietan.

Danza una tensión, alguien hala en las sombras.

El tiempo es mi enemigo.

La corona yace en una esquina del salón, como si fuese la pieza clave.

Las miradas se vuelven verdes, riéndose de todo lo que pasa.

Acuño quimeras, pero estos soles no están muertos.

El odio nos pone a la intemperie y nos grita que huyamos.

Hay una pared amarilla, quiero evadirla.

Mis manos se manchan de tinta, y sube hasta mis brazos.

Nada me detiene, nada se detiene.

Me observo y mi vestido negro es ahora de plumas de cuervos.

Y a mí alrededor revolotean varios de ellos.

La herida sigue fresca y como un elixir todo se vuelve negro.

Comentarios