Medio Día.

–Quiero hacerlo, no será muy complicado... – Me dijo con esas sonrisas que convencen a quién sea. –Tardaré poco.– susurró mirándome.

En ese momento sólo asentí, por curiosidad a ella y a sus inventos.

Dibujó el boceto en minutos, con la misma destreza o más, con la que yo preparaba mi café.

Tiempo después... Papeles, lápices, marcadores, pinceles y borrones; aquí y allá, era lo único que existía a su alrededor.

Estaba sumida en un mundo de trazos, su mundo donde se sentía ella misma, como si de una reina se tratase.

Creando castillos sobre riscos flotantes,

Con anillos de agua y diamantes por doquier,

Hasta bosques de hojas azules y frutos morados.

Estaba flotando sobre el papel, como si fuese intocable... Sin embargo emanaba un tipo de calidez, que era imposible no notar.

¿Es esa la magia de los que saben?

Al verla, me llegaba el aura que solo ella emitía.

Ese amor por lo que hacía y esas ganas de que todo quedase en su lugar, como un rompecabezas con todas sus piezas, encajando en su espacio perfecto cada una.

Cómo ella, una pieza de un puzzle sin igual.

¿Cómo existe alguien así?

¿Es real?

Era preciosa, cuando hacía esos gestos con su boca.

Cuando sonreía.

Hasta cuándo lanzaba un insulto al aire o sencillamente cuando admiraba su propia obra.

–¿Cómo va quedando?– Preguntó al cabo de unas horas.

Lo que ella no sabía era que ella en si misma era una obra.

–Perfecta.– Respondí sin pensar.

–Creo que no perfecta; pero ahí va.– Exclamó, revoleando los ojos.

Yo no me refería a su proyecto, pero eso ella, no tenía porque saberlo.

Le ofrecí café y luego de que fuese a terminar su pintura; decidí alejarme un poco.

Solo un poco, contemplándola sin querer interrumpirla y apreciando su belleza.

Seguia susurrando para sí misma, peleando pero aceptando lo que iba creando.

Cada minuto que pasaba su proyecto lo había casi terminado, sin embargo sabía que algo le preocupaba.

–¿Qué sucede?– Le cuestioné mientras me acercaba.

–Sabes que pasa todo y no pasa nada.– Me respondió con una sonrisa falsa.

–¿Más azul?– Pregunté, pintándole una mejilla con el mismo color.

–¡Le falta algo!– Dijo después de reírse.

–¿Quizás por la razón de que le falta todo el cielo? Ya sabes.– Hice gestos con las manos.

Tomó un minuto, mientras intercambiaba su mirada entre la obra y mi rostro, para que se diese cuenta y... Se riese.

–¿Ves? Siempre te necesito.– Terminó diciendo luego de un rato para ponerse otra vez a trabajar.

Yo sólo asentía mientras susurraba –Y yo a ti.–

No sé si se daba cuenta del amor que le profesaba y cómo lo hacía.

Pero a estas alturas, solo éramos ella y yo; y su obra por supuesto.

Su obra de medio dia, y mi vida; esa que hace las obras.

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