Agosto de Blanco.

Todo comenzó pero… no como debía, un paraje llano y realmente ¿húmedo?

Con cielos grises que pronosticaban una tormenta abismal, y que venía acompañado de una ventisca, meciendo los follajes de los altos árboles que provocaba que las aves graznaran, como si se avecinara un mal presagio.

Llovía, se detenía, volvía a llover y el sol, por muy cortos periodos de tiempo, aparecía otra vez.

Tanto era ya la insistente y permanente lluvia, que sus botas azul marino ya estaban opacas de tanto lavar por los charcos donde caía, porque aceptémoslo… su torpeza nunca está demás.

Sin embargo, la lluvia paró por un día entero.

Un día que el sol reclamaba como suyo el inmenso cielo y se alzaba una vez más como la luz más radiante del universo.

Pero eso no duró demasiado, ni su sonrisa por el día soleado…

Aunque no fue la lluvia que atacaba sin parar, empezó por ella; nubes negras cubriendo el astro, una suave brisa, pequeñas gotas de agua que tardaron segundos en aparecer y luego sin darle tiempo de correr, una tormenta de granizo no dejaba a salvo a quien osara quedarse bajo ella.

Hacía ya unos minutos que se resguardaba bajo un pequeño techo ya que su paraguas se le había olvidado. La tempestad se cernía bajo todo el panorama y llenaba todo el espacio de gris y sombras.

No sé si fue suerte pero el techo donde ella se encontraba, era la entrada de una cafetería muy acogedora; así que se decidió por un pan con crema y café que morirse congelada por ese clima.

Y de verdad que estaba repleto de gente, aunque no tanto para encontrar una mesa cerca de uno de los ventanales, este le permitía observar lo que acontecía afuera con más calma.

Ordenó lo que pensaba desde que entró a la cafetería y se recordó a si misma que debería de volver alguna vez.

– Disculpa. ¿Puedo sentarme acá? Es que ya no queda espacio en ningún sitio y... – Y dejó de escucharlo, pero lo observó: tenía unos ojos café que le llamaron bastante la atención, una barba azabache como su cabello que con ese atuendo y el gorro color vino, quedaba muy bien. Aunque hacía una cara muy graciosa pero no se sentaba sino que la estaba mirando.

−Perdona, si puedes. Estaba distraída. − Lo dijo mientras escaneaba el lugar que varios minutos antes no estaba tan lleno. No creía que había pasado tanto tiempo desde que se había tomado su café.

−No te preocupes, también suelo distraerme un poco. – Le restó importancia mientras disimulaba el mirarla… Tenía unos ojos azules que combinaban perfecto con su tono de piel tan blanca y el cabello castaño que reposaba en su hombro con una trenza.

Luego de unos minutos de quedarse en silencio sin notarlo, una camarera; (la misma que la había atendido cuando llegó), volvió dirigiéndose al chico que tenía enfrente entregándole una carta que el de inmediato devolvió sin siquiera mirar.

– ¿Me puede dar solo un café sin azúcar, sino es mucha molestia? – Le respondió con una sonrisa que había dejado en jaque a la camarera, y a ella misma sin saberlo.

– Claro, ¿y para ti cariño?–

– Lo mismo de antes, café y pan con crema, gracias. –

– No hay problema, enseguida se los traigo. –

Luego de que partiera con las órdenes, se tornó un silencio incómodo. El por no saber que decir mientras seguía detallándola y ella por no recordar que estaban hablando antes por su nerviosismo.

La camarera llegó con las órdenes pero no la escucharon y se retiró.

– Yo…– dijeron a la vez. –…– Y luego empezaron a reírse.

Él fue el primero en romper el silencio. – No me lo tomes a mal pero... tienes una sonrisa que me hace recordar una canción que compuse hace mucho. –

– No sé si tomarme eso bueno o malo. – Tomo un sorbo de su café, dándose cuenta de que al lado de él se notaba un estuche de violín color carbón.

– Tranquila, es algo bueno. Y no porque la haya compuesto yo. – Hizo esa pequeña broma y ella sonrió. –Pero donde trabajo me dijeron que estaba bien. Mi pasión es el violín como ya ves, compongo melodías y las expreso con él. –Lo último lo dijo señalando al estuche.

– Pero si la canción no tenía letra, ¿por qué dices que te recuerda a mi sonrisa? – Preguntó algo extrañada.

– Me creerás demente, pero la melodía tenía un tinte lento e intenso con algo dulce. Y todo eso me lo hizo sentir tu sonrisa. – Se sonrojó cuando ella lo miró con esos zafiros como si supiese su mayor secreto y como no. Era hermosa, pero había hablado sin su filtro característico y pensaba disculparse pero ella se le adelantó.

– ¡Oh! No te preocupes. Cuando me expreso en versos o prosas, me hacen sentir cosas parecidas o me transmiten mensajes que jamás lo hubiese asociado con esas letras. – Sacó su cuaderno de notas y le enseñó los versos que había escrito hace poco. –Soy escritora y dibujante, por cierto. Esa es mi pasión. – Le contestó con algo de nerviosismo pero se relajó cuando él le dedicó una mirada de absoluta comprensión.

Así pasaron una tarde tranquila, riendo, expresándose y conociéndose. Mientras ella le mostraba sus versos más recientes, él le pasaba sus melodías más intensas sin dejarla de mirar. Porque no querían que eso terminase, la comodidad o química con la que se trataron, era algo excepcional. Se sentían tranquilos y comprendidos, como si hubiesen conseguido una pieza importante.

Hablaron desde el hoy hasta el mañana, de aquí al universo, de cómo veían la vida, la muerte, hablaron de sus sueños y metas, de sus virtudes y defectos, de agosto hasta diciembre y más.

Cuando se dieron cuenta de la hora y de que la cafetería estaba pronto a cerrar. Solo se sonrieron y pagaron la cuenta, que gracias a ella y su terquedad seria por esta vez a la mitad y él solo aceptó haciéndole prometer que la vería otra vez.

Y ella aceptó, pues le confesó que además del pan con crema del lugar, tenía otra razón para regresar.

Aunque no se movieron de su sitio, siguieron hablando porque todavía no se deseaban apartar.

Sin embargo, cuando llego el momento de despedirse lo hicieron como viejos amigos y una leve complicidad, con promesas de reencontrarse, ella iría al conservatorio a escucharlo tocar y que él iría a su estudio así sea a verla dibujar.

Lo que al final se dieron cuenta, y no podían dejar de ver, fue la nieve fina cayendo sobre ellos al salir, la terrible tormenta y granizo se había vuelto una capa de calma que llenaba todos los rincones del más puro blanco.

Los dos sonrieron al unísono, como si hubiesen develado un secreto. Puesto que gracias a la anterior tormenta pudieron conocerse, y que esas lluvias y los malos ratos que habían pasado gracias a ellas al principio del mes, no eran un mal presagio, quizá solo era un cambio que debían de tener.

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